Desde la antigüedad, los áridos han acompañado el desarrollo de la civilización
humana. En efecto, desde el inicio de los tiempos, el hombre ha utilizado materiales
naturales para la construcción de su hábitat y la ordenación de su entorno.
En el periodo que comprende desde la antigüedad hasta la Revolución Industrial del
siglo XIX, la producción de áridos se realizaba artesanalmente recurriendo a medios
manuales, rompiendo y triturando las rocas con herramientas rudimentarias como
mazas o martillos.
Para evitar su transporte, los áridos se producían en las proximidades del lugar
donde iban a utilizarse. En esa época, una persona podía llegar a producir 125
toneladas al año. El final del siglo XIX supuso una revolución en el arte de la
construcción, gracias a la aparición del cemento industrial y del hormigón. En esa
misma época, la creación de las redes de ferrocarril, de la infraestructura de
carreteras y de las obras públicas necesarias para franquear obstáculos, requirió el
uso de grandes cantidades de materiales nuevos y económicos.
Comienza entonces el verdadero auge de los áridos como sector productivo,
dependiente en gran medida de la actividad constructora.
A lo largo del siglo XX, fueron desarrollándose nuevas tecnologías que permitieron
incrementar las producciones mediante la incorporación al proceso de maquinaria
fija y móvil, cada vez con mayor capacidad. De este modo, ha ido creciendo el tamaño
de las explotaciones de áridos a cielo abierto, denominadas canteras y graveras. Hoy
en día, una explotación moderna puede llegar a producir más de un millón de
toneladas al año con plantillas relativamente pequeñas.